El día de hoy, pero del año 1937 se apagó la luz de una
da las figuras más importantes de la literatura de terror: Howard Phillips
Lovecraft. Para quienes son afines al género no es necesario decirles quién fue
o lo que representó (y sigue representando) para la literatura en general; para
quien no lo conozca, pues es una verdadera lástima, ya que se han perdido de
una de las grandes plumas.
Mi primer encuentro con el nativo de Providence
fue hace ya algunos años, a través de un pequeño tomo en el que venían dos de
sus historias, La llamada de Cthulhu
y Herbert West: Reanimador. La primera
de ellas me gustó enormemente y con la segunda quedé cautivado por los mundos
que el autor creaba y, sobre todo, por la forma en que los representaba.
No tardé mucho en hacerme de una recopilación
más grande de su obra y aún ahora recuerdo el gusto con el que devoré sin parar
relatos como En las montañas de la locura,
La sombra sobre Innsmouth, El extraño caso de Charles Dexter Ward o
El que susurraba en las tinieblas. Me
fascinó su prosa dura y directa, llena de sutiles sugerencias que, con gran maestría,
dicen justo lo propio para mantenerte interesado y cada vez más inquieto por lo
que acontece. Y es que cuando la muerte no es más aquel estado absoluto y no
negociable, ni el peor destino al que puede llegar el ser humano, cualquier
cosa es posible.
Lovecraft le da con sus escritos una
bofetada al hombre culto y moderno del siglo XX, recordándole su verdadero y
humilde lugar en el universo, tan sólo una minúscula e intrascendente molécula
sobre una mota de polvo todavía más intrascendente.
Todavía en vida, Lovecraft logró reunir a su
alrededor (sin buscarlo ni proponérselo) a un grupo de escritores que nutrieron
y ampliaron los mundos que él había creado. Dicha situación se quedaría meramente
en lo anecdótico de no ser porque varios de los miembros de este grupo, con los
años, se volvieron a su vez grandes escritores, tal como sucedió con Robert
Bloch (autor de Psicosis y otros
muchos escritos) o Robert E. Howard (creador de Red Sonya y Conan el Bárbaro,
nada menos).
Sin lugar a dudas, mi deuda con H. P.
Lovecraft y sus Mitos de Cthulhu, que aún ahora siguen creciendo y prosperando,
es muy grande, no sólo por sus relatos, sino porque en parte a ello ahora yo
mismo soy escritor.
El día lunes, aunque por un problema de salud y trabajo después
no pude hacer una entrada al respecto, se celebró el natalicio del escritor
inglés Douglas Adams, autor de la pentalogía de La guía del viajero intergaláctico. Tal como su nombre lo indica,
se trata de una obra de ciencia ficción, una muy particular con tintes de humor
de manufactura inglesa y que se disfruta enormemente.
No me atrevo
a decir mucho sobre esta serie de libros, pues apenas he leído cerca de la
mitad de ellos, pero no podía dejar pasar la mención al aniversario de Adams. Y
es que desde siempre he admirado a quienes son capaces de hacer un buen humor,
inteligente y que no caiga en lo fácil, cosa que logra bastante bien La guía del viajero intergaláctico, no únicamente
por las situaciones a veces surrealistas que se nos presentan, sino por la muy
particular, pero sin duda bien pensada, planilla de personajes, que van desde
el ultimo varón de la Tierra, hasta un robot nihilista y maniaco depresivo que
es demasiado consciente de lo que le rodea.
Toda
una semana de matices y contrastes literarios, no hay duda.
Saludos
y felices lecturas.
Comentarios